Macacos cabrones!
Desde hace unos años vengo observando cómo involucionamos al mono, la gente tiene más pelo, frente huidiza, mentón prominente, andares poco garbosos y espeluznantes tocamientos de pelotas de la gente sin el menor reparo. Se suma a toda esta serie de evidencias, la incapacidad manifiesta de una gran sector de la población callejera de estar quietos en un lugar público sin devorar ingentes cantidades de pipas y por supuesto (estamos en España donde es deporte nacional tirar el hueso de la aceituna al puto suelo) escupir impunemente la cáscara y su caudal de babas.
Este año tuve un percance asistiendo a una procesión de semana santa a modo de explorador, realmente iba a hacer un cálculo aproximado de los comedores de pipas y calcular su ingesta media/minuto. Pero la cosa acabó mal, cuando un tipo de unos 22 años y su novia o amiga o chorba, empezó a comer pipas y escupírmelas encima del hombro, a lo que educadamente le respondi con -es usted un pedazo de hijo puta y un guarro-. Y claro la tuvimos…
Pero es que este verano, llegamos a superarlo en una bonita playa de Cádiz.
Estaba muy alegremente retozando entre rayos UV y disfrutando de mi libro cuando acampó a mis espaldas una familia compuesta por un macho cabrío, una vaca lechera y dos becerros cebados y prestos al sacrificio. Plantaron la sombrilla, se acurrucaron todos debajo y sacaron un saco de pipas y se pusieron a comer como si la vida les fuera en ello, pero es que ¡los hijos de puta empezaron a escupir las pipas en mi toalla!
Volví a repetir de nuevo mi elegante expresión de la Semana Santa con idénticos resultados, por lo que tuvimos que recoger e irnos entre insultos y amenazas violentas.
Desde aquí pido apoyos para proponer que no se pueda comer pipas en lugares públicos fuera de los lugares habilitados a tal.
¡Ojalá os salga un puto girasol en el intestino grueso!